Es cierto, el amor mueve el mundo.

27 de abril de 2013

26 de abril de 2013

Algo mejor que hoy


'La vida es un eterno deseo de huir, de irte al día siguiente, en que siempre esperas que pasará algo mejor que hoy.' Carmen Torres (Leonora)

10 de abril de 2013

Secretos

'Siempre he sido mujer de secretos aunque aparentemente mis secretos eran públicos' Carmen Torres (Leonora)

9 de abril de 2013

Sobre París con (mucho) amor

La primera vez que estuve en París me decepcionó. Me gustó mucho, sí, pero no era exactamente como la había imaginado. Tenía 13 años y una idea equivocadísima de la apariencia y la esencia de la ciudad. Cuando mi yo de 13 años pensaba en París, pensaba en el París del siglo XIX. Resulta absurdo (y gracioso) pensar que encontraría en 2002 toda la ciudad adoquinada (y puede que incluso algún coche de caballos). Creo que había visto demasiadas películas.

La segunda vez que estuve fue ‘distinta’. Tenía 16 años y estaba de viaje de fin de curso. No importaba tanto el ‘ver’, el ‘sentir’, o el ‘tocar’. Importaba el ‘disfrutar’ de un viaje con amigos, el llenar la maleta de recuerdos ‘4ever’. Mi mente se centró en vivir el París desde el prisma de la amistad inmadura. Lo cierto es que tengo muchos y muy buenos recuerdos, no mentiré.

Hace un par de años, Woody Allen nos regaló la película ‘Midnight in París’, y yo, como fiel seguidora del director, fui al cine a verla. Fue en el momento de los créditos finales en el que pensé para mis adentros: tengo que volver a París. La película hacía un viaje al pasado que me pareció fascinante no solo por los personajes que aparecían (algunos tremendamente cómicos y maravillosos a mi entender) si no por la idea de París que quería transmitir y la visión del protagonista con el que enseguida me sentí identificada. Desde aquel día suspiraba pensando en volver algún día a París (aunque parezca demasiado cursi era así) y además, para ‘torturarme’ un poco más si cabe, estos dos años visioné la película cuatro veces más.

No fue hasta hace apenas unas semanas (la tercera vez) cuando de verdad aprecié la ciudad en todos sus aspectos (quizá sea por la edad, por la madurez o por ambas a la vez). He de decir que desde que estaba a punto de aterrizar ya se presagiaba que iba a volver amando esa ciudad. Llegué de noche y estaba sentada al lado de la ventana. No suelo sentarme en la ventana nunca. Normalmente viajo con compañías ‘low cost’, auténticos gallineros volantes en los que obviamente no tienes la posibilidad de escoger asiento (ni falta que me hace a mí, porque lo que hago es ponerme los auriculares, cerrar los ojos y desear llegar pronto y a ser posible entera). Los que hayáis volado alguna vez con una de estas compañías, que seréis la inmensa mayoría, habréis experimentado en vuestras propias carnes los retrasos, las estrecheces, los olores (¿es estrictamente obligatorio no ducharse para subir en uno de estos aviones?), la publicidad (continua y ensordecedora) y los bebés berreando (porque siempre hay algún bebé).  Pero esta vez, como digo en broma obviamente, ¡viajaba como una ‘señora’!, en una compañía de las serias, con espacio entre mis rodillas y el respaldo del asiento de delante, con maleta de 23kg facturada incluida en el precio del billete y con la posibilidad de escoger asiento totalmente gratis. ¡Os parecerá una tontería que esté ‘emocionada’ explicando detalladamente esto, pero de verdad que, después de bastantes vuelos en gallineros volantes, viajar en clase ‘turista’ me parece una maravilla!
Bueno, como decía, elegí un asiento con vistas. Viajaba de noche así que en realidad lo hice por la ‘comodidad’ de apoyarme en la ventana para dormir (reconozco que me entró un pánico a volar inaudito en mí unos días antes). Efectivamente me dormí y al poco de abrir los ojos vi París iluminado. Podía distinguir perfectamente las orillas del Sena, la Torre Eiffel iluminada con ese gran foco moviéndose en varias direcciones, los Campos Elíseos… Sí, había llegado.
Quería relatar mi llegada porque entonces entendí lo de la ‘ciudad de la luz’. El nombre lo pondrían por cualquier motivo, pero para mí, París es la ciudad de la luz desde el aire.

En los días que duró mi viaje descubrí muchas facetas de París que me dejaron un sabor dulce que aún no he olvidado. 

El ‘París bohemio’, alojado en cualquier rincón, pero especialmente ubicado en Montmartre, con sus calles más o menos estrechas, adoquinadas, sus rincones románticos, sus vistas desde cualquier rincón que busques. Esas tiendas con un aire antiguo, como pequeñas reliquias traídas desde el pasado, y las otras tiendas, con todos esos detalles kitsch que hacen las delicias de cualquier hipster que se precie (y de cualquier persona en realidad). Los cafés al más puro estilo cabaretero como si hubiesen salido de un cuadro de Lautrec…
El ‘París chic’ con el glam excesivo de los Campos Elíseos. El estilo urbanita que se respira por allí, los estilismos de todo tipo de los viandantes. La mezcla de gente de los bajos fondos, que pasea por allí a modo de ocio, que apenas repara en los escaparates de las grandes marcas que pagan o han pagado millonadas por tener su hueco en la sonada avenida, cruzándose con grupos de dos o tres japonesas cargadas con detallados (y enormes) paquetes de las grandes firmas. 
¿¡Qué decir de los museos?! Los museos, esos sitios catalogados por la mayoría en la sección de ‘aburrido’ (me incluyo un poco en cierto modo). 
Me enamoré del Museo de Orsay. Una maravilla tanto en el contenido artístico como en el emplazamiento. Ubicado en una antigua estación de trenes es un gran espacio artístico en el que vale la pena detenerse varias horas aunque simplemente sea para sentarse en su nave principal y observar las esculturas o a la gente que va libreta en mano retratando lo que ve. Por descontado, la calidad pictórica es incalculable (no hace falta ser un experto en la materia para apreciarlo), puesto que se trata de uno de los mejores museos del mundo y cuenta con obras de Lautrec, Degas, Van Gogh, (mi amado) Klimt, Picasso y tantos otros que para mí (absoluta ignorante) son desconocidos pero que para los entendidos también deberían ser reseñados. 
Otro museo que para mí era ‘visita obligatoria’ era el Centro Pompidou. Reconozco que me gustan los museos de arte moderno mucho. En los últimos viajes que he hecho por Europa he procurado acercarme al de la ciudad de turno. Una parte de mí lo hace por mera curiosidad, ya que, como ya he dicho, no entiendo nada de arte, y menos de arte moderno (del cual yo creo que realmente nadie en el mundo entiende). Otra parte de mí lo hace por pasar un rato entretenido e irreverente, contemplando cosas que realmente no sabría definir de ningún modo, cosas que me parecen una auténtica mierda y cosas que simplemente me parecen totalmente absurdas y que hasta un mono adiestrado podría elaborarlas pero que jamás se me hubiesen ocurrido a mí (por eso supongo que admiro a los artistas). También me gusta ir porque siempre (siempre) hay alguna pieza, una ¿escultura?, una ¿pintura?, un ¿‘juego de formas y colores’? o directamente una ¿instalación? que me fascina. Explosiones de color, absurdismo, sonidos y algo de ‘pasa y toca’. Esta vez además, Pompidou en sí es digno de visita (como Orsay, que casualidad). Cinco plantas con escaleras mecánicas exteriores y unas vistas de la ciudad que no se pagan con dinero y que se quedan grabadas en la retina (y en la cámara en forma de panorámicas dignas de enmarcar). 
Sí, el ‘París artístico’ me gustó, me encantó.

Podría dedicar muchas páginas más a esta ciudad porque resulta inspiradora en todos sus aspectos. Es la mezcla de todas las cosas que atraen de las grandes y pequeñas ciudades. Se gana el título de ‘capital europea’ con creces. Puedes sentirte agobiado por el tráfico y cinco minutos después tranquilo y arropado por las calles estrechas. Puedes sentirte en un mundo aparte de los problemas y las obligaciones simplemente sentándote en el borde del canal de Saint Martin. Puedes sentirte maravillado de la arquitectura y del arte que te está envolviendo a cada paso. Puedes explorar tu faceta más romántica y bohemia sentándote en un jardín a beber una botella de vino mientras comes pan con queso Camembert y observas la gente pasar o hablas del pasado, el presente y el futuro. Puedes sentirte gastronómicamente satisfecho con un crêpe. Puedes observar la superficialidad de la sociedad, la despreocupación, las diferencias entre unos y otros, la dificultad de la vida para algunos, la moda, el ritmo frenético. Todo un batiburrillo de cosas, totalmente opuestas en ocasiones, y que desde luego hacen crecer sentimientos de admiración, desprecio, grandiosidad, pequeñez o fascinación por lo que somos, lo que conformamos, lo que fuimos y seremos y lo que seríamos capaces de ser pero no podemos.

París es una esencia especial en sí, irrepetible e incomparable. 
París fue, es y será París, la belle Paris.