Es cierto, el amor mueve el mundo.

11 de mayo de 2011

Breve historia de una granjera



Yo una vez quise ser granjera. Me empeñé en hacer crecer un calabacín en aquella tierra que aparentemente parecía fértil. Me gustaba pensar que haría después con él. Podía hacer una rica tortilla, o asarlo al horno, o a la plancha. ¡Tenía muchas opciones y a cual mejor! La cocina me encantaba y además gozar del fruto de la naturaleza, de un fruto que yo misma había sembrado y cuidado, me parecía lo más gratificante.
 

Me empecé a dedicar por entero a su cuidado. Lo regaba siempre que lo necesitaba, puede que incluso aunque no hiciese falta, pero bueno, solía hacer mucho calor, por lo que unas gotas de más de agua no le harían daño. Lo abonaba con buenos productos. Puede que incluso lo mimase demasiado.
 

Después de un tiempo prudencial, fui corriendo a ver mi calabacín y ¡menudo chasco me llevé cuando vi que no había NADA! ¿Qué le pasaba? ¿No podía crecer más o es que no quería? ¿Qué estaba haciendo mal?
Quizá la tierra no estaba lo suficientemente húmeda, o me estaba pasando con el fertilizante. Sin embargo no parecía estar muerto y tenía buen color.
¿Se trataba de un calabacín tímido?
¡Maldito calabacín! ¡Crece de una vez!-pensaba yo-.
Una cosa estaba clara: ¡o yo era una mala granjera o este maldito calabacín me la estaba jugando! Necesitaba una segunda opinión. 

Hablé con dos granjeros muy experimentados. Uno de ellos me dijo que quizá era que temía ver demasiado cerca la luz del sol y por eso crecía tan poco a poco. Otro de los granjeros me dijo que posiblemente era que mis cuidados eran insuficientes o deficientes y que debía cambiar las horas del regado y utilizar fertilizantes de mayor calidad. ¡Incluso me llegaron a decir que probase a cantarle canciones o a contarle historias de otros calabacines!
 
Todo esto me mantenía en vilo. Me pasaba horas observándolo con detenimiento, preguntándome. Otros ratos lloraba. No sabía qué hacer con él: ¿Lo arrancaba de cuajo y daba por zanjado el problema? ¿Seguía los consejos de los otros granjeros? ¿Cuál era el problema, el calabacín o yo? Tenía tantas preguntas y me sentía tan sumamente inepta que empecé a preguntarle: ¿¡Por qué, por qué no creces, por qué no quieres ver el sol, por qué no quieres darme la satisfacción de ser una buena granjera!? No obtenía respuesta, después de todo, ¿quién me iba a contestar?, ¿un estúpido calabacín? No, eso no podía ser...

No sé cuando empezó el cambio. Quizá fue la lluvia de estrellas o el sol de abril. Quizá fue que continué regándolo con amor a pesar del desplante de todos los meses pasados. Continuó con su crecimiento, ¡y a qué velocidad! ¡De repente parecía haberse olvidado de sus miedos y timideces! ¡Crecía con vigor, con el mejor color! ¡No me lo podía ni creer!
Corrí a contárselo a los otros granjeros que, perplejos, no se lo creían. Lo daban por muerto y ahí estaba, verde, grande, vivo... ¡Estaba plena de felicidad, quería gritar de alegría, no podía sentirme mejor!

Y por fin, después del mal trago pude arrancarlo con mimo de la planta, subirlo a casa y hacerlo en tortilla. Recuerdo comerme aquella tortilla con la felicidad de un niño comiendo su plato favorito. Fue entonces cuando volví a llorar.
Sí, lloré de alegría. ¡Mi sueño de ser granjera, de conseguir hacer crecer aquel calabacín, se había cumplido! 

Fue cuando decidí que ser granjera no era lo mío, después de todo, era una de esas historias mentales que nos pasan a los humanos, que pretendemos hacer algo que no va con nuestra personalidad, o que nos pensamos que todo el monte es orégano y que podemos hacer lo que nos indique nuestro cable cruzado.
Prefería bajar al mercado. Al fin y al cabo, el resto de calabacines que pude probar desde entonces no distaban tanto en sabor con el mío, algunos, eran incluso mejores...