Es cierto, el amor mueve el mundo.

2 de noviembre de 2012

Algunas cosas que la genética me 'regaló'


Mi padre es una persona ‘especial’. Y no me refiero a ‘especial’ en el sentido de deficiente, ni me refiero al sentido más sentimental que podría tener la palabra. Me refiero estrictamente al sentido del adjetivo que nos dice la Real Academia de la lengua Española en su primera acepción. Para que no tengáis que molestaros en buscarlo (sobretodo porque sé que el 95% de los lectores no lo haríais) os copio y pego:
1. adj. Singular o particular, que se diferencia de lo común o general.

Pues bien, tras esta aclaración continuaré con mi historia. Mi padre tiene un par de ‘dones’ (ya veréis por qué entrecomillo) que siempre me han llamado la atención especialmente.
El primero de ellos es la intuición (lo que se viene considerando un don). Siempre me admiró esa capacidad que tiene para ‘catalogar’ o ‘captar’ a la gente. Le bastan dos minutos, cinco como mucho para definir una serie de características básicas de las personas y para saber cómo reaccionarían ante ciertas situaciones. Por si os encontráis ojipláticos o releyendo las líneas anteriores con el ceño ligeramente fruncido explicaré un caso brevemente.
Cuando era pequeña (no revelaré qué edad para no dar demasiadas pistas sobre el sujeto al que voy a referirme, solo diré que con ‘pequeña’ estoy en el intervalo de entre los 7 y los 13 años) conocí al sujeto A. Yo estaba maravillada, hablaba mucho en casa de ese sujeto, contaba todo lo que hacíamos juntos, etc. El caso es que, la primera vez que ese sujeto pisó mi casa (para hacer el típico trabajo escolar supongo) y saludó a mis padres, vi que mi padre no ponía especial interés. Al cabo de unos días me confesó que ese sujeto no le gustaba, que era una persona convenenciera y que, en general, no le parecía una persona noble. Pasaron muchos años y mi relación con el sujeto A continuó y se hizo profunda. Pero todos estos años no fueron tan dulces como deberían haber sido. En muchas ocasiones fui viendo detalles muy feos de deslealtad y envidia (entre otras cosas), lo que me hizo dejar de apostar cada vez más por algo verdadero y permitir que mi estupendísima relación con el sujeto A se fuese cada vez más y más lejos (en el sentido de lejanía). Bueno, no tan lejos en realidad, puesto que aún hoy cuando me cruzo con el sujeto A, si es que no se cruza de acera (prometo que no soy peligrosa), me realiza lo que comúnmente algunos llamamos ‘preguntas de ascensor’ y sigue su camino. La verdad es que me resulta incómodo, y no por todo lo que fuimos y ya no somos si no porqué me hace bastante gracia (y me incomoda como ya he dicho) que se ‘interese’ por mi estado actual, lo que a mi me parece, a resumidas cuentas, cotilleo del barato (mi vida no es tan interesante como para interesar verdaderamente).  Bueno, que me enrollo, el resumen es que me costó unos 13 años darme cuenta de cómo era esa persona en realidad, cosa que mi padre predijo el día uno (el dos como mucho). De ahí mi fascinación por su intuición, que no sólo fue acertadísima en el caso del sujeto A si no que se ha ido repitiendo con el sujeto B, C, D y E. Se podría decir (en voz bajita porque es muy fuerte) que es infalible.
El otro ‘don’ al que me quería referir en este post es el de hablar teniendo la razón y que nadie le haga caso a tiempo (por supuesto al final SIEMPRE tiene razón). Ahora entenderéis porque entrecomillaba lo de ‘don’. ¿Realmente eso es un don? Es un poco paradójico aparentemente, pero os explicaré el porqué de considerarlo así y puede que terminéis pensando igual que yo.
Mi padre es el típico hombre que, en general, no opina sobre nada. Me fastidia bastante porque es un hombre muy culto y muy inteligente y sé que realmente tiene opiniones (y con conocimiento) de todo y para todo. Por otra parte me alegro de que no dé sus opiniones porque, seguramente, nos dejaría a todos por los suelos y nos haría reflexionar demasiado sobre algunos temas. Quizá, en conexión con esto, venga la que yo considero consecuencia: cuando da una opinión o un consejo nadie le hace caso (por lo menos no desde un principio). Realmente no sé hasta qué punto esto le puede molestar. Por una parte molesta (y lo digo por experiencia propia) advertir o dar una opinión certera sobre algo y que te ignoren. Por otra parte viene el ‘después’, cuando, tras no seguir tu consejo, algo sale mal o pasa como habías predicho y en seguida la persona te dice: ‘tenías razón, tendría que haberte hecho caso’. Creo que ese es el momento en el que te cubres de gloria y te regodeas por dentro. No está bien, sobretodo porque muchas veces, esos consejos los haces a personas a las que quieres y sales perjudicado si las cosas no salen bien (por lo menos mi padre sé que sólo es capaz de dar sus opiniones y consejos a las personas más cercanas y por extensión a las que más quiere. Lo cual es bastante ‘romántico’ porque es como que se reserva toda su inteligencia e intuición para unos pocos privilegiados). Y entonces, ¿por qué creo que es un don? Pues sencillamente porque cuando alguien necesita una opinión certera recurre a ti porque sabe que, a rasgos generales, no te vas a equivocar. Es un poco paradójico, lo sé, sobre todo porque lo primero que he dicho es que nadie tiene en cuenta lo que dice. Debería corregirlo y decir que cuando da una opinión o un consejo sin que la otra/s persona/s lo pida/n no se le hace caso pero cuando la/s persona/s va/n directamente a preguntarle se ven recompensadas. Con esta conclusión tiraré a la basura todos mis razonamientos anteriores pero diré que es importante que la persona se encuentre receptiva o que quiera aceptar otras opiniones porque si no, ni la opinión del tipo más sabio del planeta servirá para algo.
Tras estas divagaciones al respecto de estos dos dones (ya no entrecomillo) viene la aplicación personal. En referencia a las palabras que dan título al post, como ya se imaginará, he tenido la gracia divina de heredar ambos. He de decir que la intuición no la tengo tan afinada como él (¡qué más quisiera, la de quebraderos de cabeza que me habría ahorrado!), aunque poco a poco voy apuntando más certeramente. Supongo que la experiencia es un grado y todos los años vitales que me lleva por delante le hacen partir con ventaja. . Es cierto que me cuesta tiempo elaborar ese esquema mental que él se elabora en un minuto (me gusta imaginármelo, ojo que viene el momento friki, como un ordenador haciendo retrato robot en 3D), podría decirse que tardo a veces demasiado, aunque quiero pensar que nunca es demasiado. Mi pequeño ordenador mental de retratos robot se queda colgado en muchas ocasiones… Pero bueno, confío en el plus de la experiencia y la famosa ‘intuición femenina’.
En cuanto a ‘lo otro’: ¡Soy experta en decir cosas y que nadie me haga ni puñetero caso! Me cachondeo al respecto porque en esta vida no vale la pena malhumorarse por muchas de las cosas por las que nos malhumoramos (a ver si me aplico el cuento). Al fin y al cabo sé que hay un pequeño (pequeño) número de personas que de verdad valoran mi opinión y que tarde o temprano acaban haciendo caso de mis consejos.
Siempre he considerado (y esto no se lo digáis a nadie) que parecerme a él en ciertos aspectos era lo peor que me podía pasar. Quizá porque he ido madurando, me he dado cuenta, de que, después de todo, parecerse tanto y (tan poco) a él es una auténtica ventaja. Por eso, desde hace unos años intento comprederle(me) y aprender, aprender muchísimo para ir formando mi propio ‘yo’ extrayendo todo el jugo que puedo de esta persona tan ‘especial’ que tantas veces me ha hecho llorar, indignarme y odiar la existencia.
Después de todo, ¿que hay de malo en determinar con quién sí, con quién no y cuando uno es o no bienvenido?