Es cierto, el amor mueve el mundo.

22 de marzo de 2016

Anotación nocturna

Voy a elaborar una lista con tus defectos para leerla los días en los que me tiemblen las piernas.

1 de abril de 2014

Matisse

'Cuando doy una pincelada de verde en la tela, no quiere decir que sea hierba, cuando la doy azul, no quiere decir que sea el cielo.'  Henri Matisse

13 de marzo de 2014

Naipes

'El destino es como una baraja de naipes. Las cartas se reparten por casualidad, pero entre ellas escriben un lenguaje extraño que habla de nosotros.' Carmen Torres (Leonora)

15 de octubre de 2013

Agua turbia

'Siempre digo que si al agua turbia la dejas quieta, se decanta, se aclara. Eso me fue pasando por dentro. Empecé a tener claridad interior y a encontrar el sentido.' Juana Samper Ospina (Llueven ranas en La Mancha) 

8 de octubre de 2013

Historia sobre ELLA

Sólo había oído un par de historias sobre ella. Una de ellas era la típica que todos/as (y marco ambos géneros porque en este caso, afecta en igual medida, y el que diga lo contrario ¡miente!) ansiamos conocer. Por mera curiosidad o simplemente para autodespertar (palabra que me acabo de inventar) esos celos internos que en mayor o menor medida no solemos exhibir.

Pues bueno, no es que tuviese especial (ningún) interés en conocerla o verla, al fin y al cabo, eran cosas muy del pasado y que, si analizas (bastante) fríamente, no deja de ser una mera anécdota o un recuerdo de infancia, que, incluso no tiene por qué ser bueno.

La verdad es que no pensé en ella nunca (nunca) hasta que supe que iba a conocerla. Fue entonces cuando mi vena de arpía se despertó del letargo y me picó la curiosidad de saber cómo era. La parte más maligna de una mujer desea, en estos casos, que ya no sea todo lo hermosa que fue, que esté desmejorada, con patas de gallo, dentadura desfigurada, que no haya tenido ningún éxito profesional digno de mención, que la vida en general no la haya tratado ni bien ni mal, pero sobretodo (sobretodo), que esté más gorda que tú (insisto en esto último). Reconozco que una diminuta (arpía) parte de mi lo deseó (¡soy mujer, que le vamos a hacer!).

Y llegó el momento. Y, efectivamente, era maravillosa.

Su pelo era precioso, brillante, negro (natural, detalle importante, las mujeres sabemos a qué me refiero). Su cintura estrecha, sus pechos (naturales también) estaban totalmente compensados y proporcionados con todo su esbelto cuerpo. Tenía esa voz dulce y melodiosa que ni es cursi ni estridente, ese tipo de voz que te embelesa hasta el punto de que tu mente se limita a oír, sin escuchar.

Cuando se acercó a mí para presentarse me mostró una amplia sonrisa con unos preciosos dientes totalmente alineados y del color de las perlas. Si hubiésemos sido dibujos animados habría salido un destello brillante en ese momento. Iba perfectamente vestida, con un look desenfadado y cómodo pero que denotaba su buen gusto por la ropa y su elegancia. Cada minuto que pasaba me iba dando cuenta de sus maneras, su finura, su forma de gesticular, de mirar con sus grandes ojos, de sonreír… ¡Creo que me estaba gustando hasta a mí!

Como ya he dicho, cada minuto me deleitaba más su presencia. Espero que ese deleite interno que estaba experimentando no se reflejase en una mirada fija y una sonrisa como de borracha, porque sólo de pensarlo ya quiero esconderme a 1000m bajo tierra. Me deleitaba entre otras cosas porque cuando hablaba denotaba su inteligencia, su saber estar y su simpatía. ¡Y todo eso en una cena informal una noche de verano! No me extrañó entonces que resultase tener cierto éxito profesional, me la podía imaginar en una reunión formal debatiendo ciertos aspectos importantes de su empresa.

Como cabe imaginar, después de mi primer laaaargo análisis empezó la procesión interna. Me sentí vulgar, basta y desproporcionada (físicamente). Esa mujer desprendía sofisticación y cierto grado de inalcanzabilidad (paradójicamente, puesto que se mostraba cariñosa y cercana con todo el mundo, incluída yo misma, a la que acababa de conocer), y yo en cambio, ¿qué?, yo no resultaba nada interesante a su lado. Me pregunto si alguien más estaría comparándonos en ese momento, cosa que, espero que no fuese así, porque claramente teníamos una perdedora (yo).

En general nunca me he considerado una persona insegura, me quiero bastante y mi máxima de ‘vive y deja vivir’ hace, entre otras cosas, que no tienda a compararme con nadie ni quiera ser ‘como nadie’. Me gusta ser yo misma, con mis virtudes y mis (muchos) defectos. Desenfadada pero preocupada por mi imagen, no le doy demasiada importancia a muchas cosas que las mujeres sí suelen darle. Muchas personas me han dicho que era bastante ‘chico’ en ciertos aspectos (de mentalidad), aunque, como ya veis, finalmente, los instintos son femeninos totalmente. Aquel día no sé qué me pasó pero de golpe me vinieron todo ese tipo de pensamientos negativos que tenemos, especialmente en la adolescencia, y que se supone que superas conforme pasan los años. ¡Algo inédito en mí sin duda!

Supongo que somos críticos con nosotros mismos porque nos vemos desde dentro y, hasta cierto punto, aunque creamos que proyectamos al exterior cierta imagen nuestra, habría que preguntar (no sé si es buena idea en realidad) cuál es la imagen real que perciben las personas que tenemos alrededor.

En cuanto a ella, pues ya veis, sufrí una especie de ‘flechazo’ personal, y aunque circunstancialmente sé que es posible que no vuelva a verla nunca más, me encantaría volver a hacerlo, porque, la verdad y a pesar de todo, ¡me fascinó por completo!

20 de junio de 2013

Afán

El afán de protagonismo odia a la discreción; especialmente cuando ésta, sin quererlo ni darse cuenta, consigue toda la atención reclamada por él. 

10 de junio de 2013

Geneniève

‘[…] Vivió en sus relaciones amorosas la misma hambre de conocimiento que enriquecía su vida con nuevos retos. Se había enamorado muchas veces. Desde niña acompañó a su abuelo de viaje por todo el mundo. Su primer amor fue Stavros, un músico griego amigo de Theodorakis. Mientras Hans hablaba de Mahler en la universidad, ella recorrió a besos el Egeo. Lloró al despedirse y, a pesar de las promesas de su enamorado de ir a Viena, Geneniève no quería marcharse de Atenas. Cuando Stavros fue a visitarla, a Geneniève se le había olvidado por completo la tierra de los dioses y lo héroes, y estaba enfrascada en un nuevo romance con un guionista de cine que preparaba una versión realista de la famosa emperatriz Sissi, una mujer que a Geneniève no le producía ninguna simpatía. […]

Su fugaz amor se apagó cuando finalizó el rodaje de la película. Después hubo un compañero de clase, un tenor de ópera mediocre –por eso le dejó Geneniève; no toleraba oírle destrozar a Mozart-, un campeón de tenis, un flautista de la Filarmónica de Viena y…La lista seguía. Geneniève vivía todos sus amores plenamente, también en el sentido sexual. Su natural despreocupación y las ideas feministas que asimiló en la universidad no dejaban lugar para falsos remordimientos morales. Disfrutaba sin complejos la libertad de su cuerpo. Sin embargo, Geneniève distaba mucho de seguir al pie de la letra las doctrinas que tantas compañeras suyas defendían ardientemente. Sí, ella también reivindicaba la igualdad de derechos frente al hombre, y necesitaba sentirse libre y autosuficiente. Pero no por ello rechazaba su feminidad, ni se comportaba con espíritu combativo con el sexo opuesto. Le gustaba saberse admirada, cuidar su figura, perfumarse, vestirse con esmero y sentir la suavidad de la seda sobre su piel. Y además seguía soñando con la llegada de su príncipe azul…

Geneniève era consciente de que estas ensoñaciones románticas y su necesidad de independencia no cuajaban. Y, en efecto, sus complicadas ansias de amor no llegaban a nada. Sus romances habían sido espejismos. Acaso- pensaba- el príncipe azul no existe más que en las novelas trasnochadas.
Decían que el amor era algo grandioso, algo sobrecogedor, que elevaba a los amantes por encima de la tierra…Y a Geneniève le apetecía andar por la vida con los pies muy pegados al suelo.
         Muchas veces se había llegado a imaginar que ese príncipe soñado estaba junto a ella sentado en un trono. Pero, invariablemente, al abrir los ojos la realidad la devolvía a la normalidad cotidiana, y se encontraba con que su príncipe había perdido su halo mágico y ella dejaba de ser princesa.

          Geneniève fue viendo que todas las caras de sus amantes iban pasando sin dejar huellas en el corazón. Quizá ternura, pero nada más.
          - Nunca me casaré- le decía a Hans-. Odio la rutina de la pareja. Creo que me
            sentiría fatal teniendo que amar a un hombre toda la eternidad. Es como si te
            cortasen las alas. Quiero ser como tú. No casarme nunca. ¿Has sido feliz así?
          Hans la miraba con una sonrisa pícara en los ojos.
          - No me mientas. Conozco cientos de tus aventuras y nunca te has comprometido
            con nadie.
          - Contigo he tenido bastante. ¿No te parece que vivimos bien?
        Y Geneniève pensaba que era verdad. Solos estaban perfectamente bien. Hans era su cómplice en asuntos amorosos. Divertido, observaba con tolerancia los devaneos amorosos de su revoltosa nieta. Vivían una existencia dichosa en torno a conciertos, amores, viajes y trabajo agradable. Geneniève, con veintidós años, se sentía feliz en la maravillosa compañía del hombre más atractivo del mundo: su abuelo.’ 
Carmen Torres (Leonora)